La oración en esta cita del libro de los Macabeos no solo es un acto para el bien personal, sino que es un acto de relación, pues por medio de esta acción se ama.
El Sentido de la Oración
La oración no solo da sentido al caminar de la vida, sino que permite vivir el amor. Para continuar reflexionando sería importante preguntarnos ¿Qué es la oración? Se podría decir que es una manifestación de amor en una relación íntima y eterna con Dios, principio y fin del ser humano.
Por ello, se comprende cómo esta acción es esencial para la vida del ser humano, pues sin importar su creencia o religión, le permite relacionarse con el sentido de la vida; que para los cristianos es una Persona: Jesucristo, Verdad y Vida.
Se ha afirmado lo esencial de la oración en el hombre y cómo esta es manifestación de amor. Ahora bien, ¿Por qué hablar de amor? Porque es natural en el hombre, pues ha sido creado por y para el Amor. Afirmación que se experimenta en lo cotidiano.
Somos y seremos gracias al Amor. ¿Con qué o quién se experimenta esto? Con el Otro y con los otros, es decir, con Dios y con el prójimo.
¿Cuándo y cómo manifestar este Amor en la oración?
Después de abordar la oración y el amor, desde una experiencia cotidiana e iluminada por el libro de los Macabeos, se podría formular esta pregunta concreta: ¿Cuándo y cómo manifestar este Amor en la oración? En lo cotidiano. Por ejemplo, por medio de un pensamiento, ¿De un pensamiento? Sí, como lo dice santa Teresa del Niño Jesús: “Quien piensa en sus amigos, ora por ellos”.
Encarnar el Amor en lo cotidiano por medio de nuestros seres queridos es tan simple que, con un pensamiento ofrecido a Dios, se convierte en oración y por tanto en Amor.
Demos un paso adelante y afirmemos que la suma de estos dos actos esenciales y naturales (Oración + Amor) dan por resultado: La Fraternidad.
Fraternidad en la Oración
La Fraternidad es la encarnación de la voluntad de Dios, pues Jesús nos dice: “Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros” (Jn. 13, 34).
Hermanos, que nuestros corazones, sedientos de Amor, sean saciados en el encuentro íntimo y personal con Dios a través de la fraternidad, y así, podamos experimentar la plenitud de la Vida.
¿Por qué así? Porque ante la pregunta: “¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?” (Lc. 10,25), Jesús nos recuerda la ley de leyes: «Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo» (Lc. 10,27). Recuerda que, “haciendo esto vivirás” (Lc. 10, 28).
Entonces se puede aseverar que, orando amo y amando oro, pues en estos actos, que se unifican en la relación de la fraternidad, se desea lo mejor para el “amado”, es decir, una Eterna relación con el Padre por el Hijo en el Espíritu Santo.
Seamos testigos de la oración como manifestación de amor encarnada en la fraternidad. Recordemos que este acto permanecerá por la Eternidad, pues la oración, el amor y por tanto la fraternidad, son actos espirituales que no se corroen, pues así lo aseveró Jesús a los suyos: “Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben” (Mt. 6,20).
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