Todos anhelamos un amor para siempre. Que sea “amor” verdadero y que verdaderamente sea “para siempre”. Por eso, “fidelidad” es una palabra hermosa… es la conjunción de eso que ansiamos tanto.
Sin embargo, hay un “sin embargo”. Hoy día, una palabra tan linda, puede entenderse desde matices que más bien podrían sonar como constreñir la propia libertad, coartar la espontaneidad, la voluptuosidad del deseo…
Esto es así en los mismos contextos en los que “tranquilidad”, “estabilidad”, “armonía” dejan de ser metas valiosas, porque se confunden con “rutina” y la rutina pareciera ser sinónimo de “aburrimiento”.
Si sumamos al tablero la palabra “compromiso”, el panorama no mejora, sino todo lo contrario. Pareciera que el compromiso es el punto final de lo emocionante, lo que sorprende, lo que, irónicamente, querríamos que no se acabe nunca.
Una buena noticia
Estamos llamados para cosas grandes. Estamos configurados para la felicidad que no termina; para esa plenitud, ese gozo, esa sorpresa continua. Esa es la buena noticia.
La “mala” es que no llegamos a ese fin buscándolo en sí mismo. La “mala” es que, más que la adrenalina y la emoción continua, la paz serena, el compromiso discreto, la voluntad educada y la libertad redescubierta son las que pavimentan el camino en el que encontramos todo (y lo único) que podría calmar la sed de nuestro corazón.
La mayor aventura
La sed de nuestro corazón es muy específica, en realidad. No puede calmarse con cualquier cosa… y, muy especialmente, hay rincones que nadie sino Dios puede ocuparlos.
Nuestra mayor aventura, entonces, será buscar ese “amor para siempre” con Él, en primer lugar. Nuestra más grande satisfacción será encontrar esa armonía entre nuestro querer y su Voluntad. Nuestro propósito estará bien encauzado si el día a día y la rutina se viven a su lado.
Fidelidad al Amor
Si reseteamos el lenguaje de la sociedad actual y “tranquilidad”, “estabilidad”, “armonía” y “fidelidad” retoman su sentido original, descubriremos que es un desafío precioso comprometerse – uno entero, todo su ser, toda su voluntad, su entendimiento, su poseer – para permanecer en el Amor en el tiempo.
La constancia no será “arrastrar”, sino volver a presentarse frente a lo que da luz a nuestras vidas. El sacrificio no dará miedo, sino sazón al cariño madurado en el tiempo, el afecto que ha alcanzado una hondura y un relieve nuevos y sorprendentes.
Habla con Él
Como dije, la mayor aventura de nuestra vida será nuestra historia de amor con el Amor de los amores. Aunque sea una novela escrita con un ritmo rutinario y un lenguaje cotidiano, cada pequeño gesto nos afianzará, nos anclará, nos configurará con aquello que estamos llamados a ser.
Por eso, cuidar los ratos de oración, aunque se sientan áridos a veces, a la larga describirán los diálogos más profundos a los que podríamos aspirar. Aunque a veces los rezos sean insípidos, estaremos entrenando el paladar para gustar de verdad de lo único que alimenta nuestra existencia.
Es curioso porque, además, ser fiel a los ratos que dedicamos a Dios, fructifican en la fidelidad misma a Dios y al plan que Él nos propone. Somos fieles a pequeños paréntesis en la agenda y ello nos recompensa con la fidelidad a sueños más grandes.
Excusas y distractores
No por nada Jesús dijo que quien es fiel en lo poco, será fiel en lo mucho. No porque podamos mucho, sino porque, precisamente, sólo podemos ser fiel en lo poco, pero siéndolo, Él aporta lo que necesitamos para ser fiel en cosas más grandes.
Nuestra fidelidad está sostenida por su fidelidad… pero no debe faltar esa iniciativa nuestra, esa respuesta sencilla a quien nos llama.
Excusas puede haber miles y distractores otros cientos. Desde justificaciones más “espirituales” como “es que no soy digno”, “es que no puedo dejar de fracasar (o pecar)”, hasta obstáculos más materiales como falta de tiempo, falta de ganas, falta de todo lo que creemos que nos ayudaría a rezar mejor.
Pero, de nuevo, nuestra iniciativa es en realidad y paradójicamente secundaria, porque solo es una respuesta a quien llamó primero.
Poniendo las excusas y distractores en las manos de Dios y garantizando que, al menos, nos presentaremos frente a Él… estamos asegurando algo que es más grande, que es permanecer en Él.
Y es bonito que así, presentándonos un día tras otro, sencillamente, estamos tejiendo eso que tanto anhelamos… un “amor” de verdad y que verdaderamente sea “para siempre”.