“El Señor lo perdona todo… Si no fuera así, el mundo no existiría”. Estas palabras, que una vez escuchó el Papa Francisco de una anciana en Buenos Aires, se volvieron el alma de todo su pontificado. Hoy, mientras el mundo lo despide con gratitud, su mensaje resuena más fuerte que nunca: la misericordia es el aire que respiramos.
Francisco, el primer Papa latinoamericano, argentino de corazón sencillo, nos habló como un padre, como un hermano. Desde el inicio nos recordó que Dios no se cansa de perdonar, y que su amor está siempre al alcance, especialmente para los más heridos, los descartados, los que se sienten lejos.
El impacto inicial fue grande, me llamó la atención cuando el recién elegido escogió el nombre de Francisco, resonó profundamente por su humildad.
San Francisco de Asís, conocido por su pobreza y servicio a los marginados, inspiró al nuevo Papa a adoptar un estilo de vida sencillo y un ministerio enfocado en los más necesitados. La elección de nombre simbolizó un llamado a una Iglesia para priorizar la compasión y la justicia social, que es un mensaje particularmente poderoso hoy.
Otra sorpresa fue su lema papal, «Miserando atque eligendo» («Lo miró con misericordia y lo eligió»), profundiza esta imagen. Extraído de la homilía de San Beda el Venerable sobre el llamado de Mateo, el recaudador de impuestos, el lema destaca la creencia del Papa en la mirada misericordiosa de Dios, que elige a las personas a pesar de sus imperfecciones.
En Ecuador
Uno de los momentos que marcó mi vida fue su visita a Ecuador en 2015. Recuerdo con emoción que llevé a mis dos hijas, salimos un día antes, dormimos en el suelo… y todo por poder escucharlo. Cuando en su homilía en el Parque Samanes de Guayaquil dijo:
“En la familia hay dificultades. En las familias discutimos, a veces hasta vuelan los platos. No voy a hablar de la suegra… . Pero en las familias, después de una discusión, se pide perdón. Y esto es lo lindo: que en la familia, con un gesto, una caricia, se borra todo. Porque el amor es más fuerte que el enojo”.
Sentí que nos hablaba directamente a nosotras. Esa homilía fue un regalo. Con palabras simples, el Papa Francisco nos recordó que el perdón es el pilar que sostiene a la familia, que nadie es perfecto, pero el amor –cuando es verdadero– todo lo puede sanar.
La familia fue siempre un pilar en su mensaje. Nos enseñó que ahí, en lo cotidiano, se aprende a amar y a pedir perdón. Que no hay familia perfecta, pero sí muchas capaces de empezar de nuevo todos los días.
Durante todo su pontificado, Francisco mostró el rostro tierno y materno de la Iglesia. Una Iglesia que no señala con el dedo, sino que extiende la mano. Que no se encierra en sí misma, sino que sale a las periferias a abrazar al pecador, sin condiciones previas, como Jesús con Zaqueo.
Nos dejó palabras que acarician el alma y también decisiones valientes: prefirió una Iglesia herida por salir a la calle, antes que una cómoda y encerrada. Una Iglesia que no vive de protagonismos ni estrategias humanas, sino que se transparenta para mostrar el amor misericordioso de Dios.
Hoy, que ha partido a la Casa del Padre, nos queda su herencia viva:
un cristianismo alegre, cercano, compasivo.
Y su eco imborrable:
“La misericordia no extirpa el pecado, lo abraza. No condena, acaricia. No exige, transforma”.
Gracias, Papa Francisco
Tu alma sigue viva en cada gesto de perdón en nuestras familias,
en cada mirada que consuela,
en cada abrazo que sana.