Dios nos llama como familia. Comenzamos nuestra vida en una familia. De alguna manera todos formamos familias, ya sean biológicas o espirituales. Esta relación común del género humano constituye la célula básica de la sociedad. La familia biológica con madre, padre e hijos la encontramos a lo largo de todas las Sagradas Escrituras.
Hoy esta relación de familia está siendo desafiada por todos lados. La tasa de divorcios es sumamente alta y son cada vez más numerosas las personas que pasan su vida en múltiples relaciones sin casarse. Nuestra sociedad civil está perdiendo por completo el significado de familia como lo encontramos en la Sagrada Escritura.
Tenemos el desafío de continuar fomentando la realidad básica de una familia con madre, padre e hijos. Dando testimonio de que es posible vivir con ese modelo original. Para este cometido vale la pena apoyarnos en la Sagrada Familia.
¿Qué hace santa a una familia?
Si se hace esta pregunta en Google salen varias respuestas. En la parte superior aparece una entrevista al obispo Robert Barron, que sostiene que lo que hace santa a una familia es: «La voluntad de entregarse a los propósitos de Dios».
Si lo pensamos bien, esta es una de las mejores descripciones de la Sagrada Familia de Jesús, María y José y el extraordinario testimonio que nos dan de su fidelidad a la llamada de Dios en su vida.
María y José depositaron su confianza en el plan de Dios para sus vidas, lo entendieran o no. No sabían lo que les depararía el futuro a ellos o a su familia, al igual que la mayoría de los recién casados que comienzan.
María y José estaban completamente seguros de que si colocaban a Dios en el centro de su matrimonio, no flaquearían. Comprendieron que deberían ser fieles al servicio de Dios a través del regalo de la vida familiar, e hicieron todo lo que ese regalo requeriría de ellos: transmitir su fe a sus hijos, honrarse y aceptarse unos a otros, tratarse con compasión y perdonar a los demás, en lugar de aferrarse a las heridas.
Sin duda, sus vidas tuvieron su parte de dolor, pero sabemos que también hubo muchas bendiciones y alegrías. El Papa Francisco escribió: “Ninguna familia desciende del cielo perfectamente formada; las familias necesitan crecer y madurar constantemente en la capacidad de amar”. Y en eso debemos aprender de Jesús, María y José.
Ejemplo a seguir
La Sagrada Familia es el modelo por antonomasia de las familias cristianas. Los padres tienen en José la norma clarísima de vigilancia y de cuidado paterno; las madres tienen en la Santísima Virgen, Madre de Dios, el espejo insigne de amor, de modestia, de humildad, de fe perfecta; y los hijos, en Jesús, que estaba sometido a sus padres, tienen el ejemplo divino de obediencia, que deben admirar, imitar y cultivar.
San Josemaría dejó escrito que «Al pensar en los hogares cristianos, me gusta imaginarlos luminosos y alegres, como fue el de la Sagrada Familia». El mensaje de la Navidad resuena con toda fuerza: Gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
Que la paz de Cristo triunfe en sus corazones, escribe el apóstol San Pablo. Esta paz solo puede venir de la convicción profunda de sabernos amados por nuestro Padre Dios, incorporados a Cristo, protegidos por la Virgen Santa María, amparados por San José. Esa debería ser la gran luz que ilumina nuestras vidas y que, entre las dificultades y miserias personales, nos impulsa a proseguir adelante animosos.
Cada hogar cristiano debería procurar ser un remanso de serenidad, en el que, por encima de las pequeñas contradicciones diarias, se percibiera un cariño hondo y sincero, una tranquilidad profunda, fruto de una fe real y vivida. Una confianza tan grande en cada uno de los miembros de la familia, que volver a la casa sea siempre algo que se ve como una alegría.
Cómo nos explica esta meditación la Solemnidad de la Sagrada Familia nos lleva a considerar que la familia implica servicio. Es importante tener hambre de servirnos, aunque seamos personas de edad, debemos estar pendientes de los demás, todos podemos afinar más.
Pidamos que nos ensanche el corazón y la cabeza para servir, servir y servir.