Hay dos apóstoles que llevan el nombre de Santiago. Se les suele distinguir por el sobrenombre de Mayor y Menor, pero no siempre se pueden distinguir bien sus actividades. En castellano se les nombra Santiago como una contracción de san Jacob, quizá se ha realizado este cambio por la popularidad de Santiago el Mayor, al cual se le atribuye una buena parte de la primera evangelización de la Hispania romana.
Sus restos se veneran en la ciudad que lleva su nombre en Galicia, constituyendo una de las raíces de la Europa cristiana por las numerosísimas peregrinaciones para venerar sus reliquias con unos caminos que fueron auténticas arterias de comunicación religiosa y cultural en momentos donde, además de ser todos los europeos cristianos, hablaban la misma lengua con pequeñas variaciones en casi todo el continente.
Santiago el Mayor fue hijo de Zebedeo y Salomé, mujer que se contaba entre las que permanecieron fieles al pie de la Cruz de Jesús, y hermano de Juan el evangelista. Fue uno de los cuatro primeros apóstoles.
Una vida intensa
Vivió mucho en poco tiempo. Sigue a Jesús desde el primer momento ante la llamada de su hermano Juan. Al cabo de doce años muere en Jerusalén víctima de la crueldad de Herodes.
Su carácter es fuerte, como el de su hermano, ambos son llamados hijos del trueno por el Señor. La tradición le atribuye el comienzo de la evangelización de Hispania, la provincia romana más alejada de allí, cerca del que consideraban finis terrae (fin de la tierra) donde se conservan sus restos. Su sepulcro es la meta de las famosas peregrinaciones jacobeas que, junto a otras, configuran Europa como continente cristiano y civilizador.
Destaca en él su presencia en dos momentos cruciales de la vida de Cristo: la Transfiguración en el monte Tabor y la oración en el Huerto de los Olivos.
No es un hombre de medias tintas. Incluso cuando pregunta quiere llegar hasta el final; es a él a quien se atribuye la pregunta sobre el fin del mundo.
Sabía por boca de Jesús que padecería martirio. Quizá de ahí le venga la prisa por hacer muchas cosas cuanto antes. No en vano era uno de los que estuvieron en las dos pescas milagrosas. Es un auténtico “pescador de hombres”, como le predijo Jesús.
Espectador privilegiado
Santiago, con su hermano Juan y con Pedro, forman parte de un grupo privilegiado dentro de los elegidos. Todos serán testigos de la vida, muerte y resurrección de Nuestro Señor, pero estos tres podrán observar más de cerca, separados del resto, algunos momentos especiales de la vida del Maestro. ¿Por qué actuó así el Señor? Podemos pensar algunos motivos de conveniencia, a pesar de ser imposible llegar a todo el fondo del querer divino.
Es clara la conveniencia para Pedro, por ser la piedra sobre la que Cristo edificará su Iglesia, esté enterado del mayor número de cosas necesarias para su futura misión. Juan es el primer discípulo y el más destacado en la vida espiritual, parece poseer un cierto primado en la caridad por su finura interior, tantas veces destacada en los evangelios. Pero no es tan claro el caso de Santiago, solamente dos razones podemos intuir en la mente divina: ser uno de los primeros, pero esto no basta, pues también en esta situación estaba Andrés, pero quizá sea una razón fuerte la previsión divina de que Santiago será el primer mártir entre los apóstoles.
Sea cual fuere la razón más profunda podemos ver a Santiago, Juan y Pedro presentes en la resurrección de la hija de Jairo, en la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor y en la agonía de Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos. Un hilo conductor une los tres episodios, tan distintos entre sí: en todos está presente la muerte y la vida de una manera extraordinaria.
Santiago, Juan y Pedro
La agonía de Jesús en el huerto debió ser una prueba de amistad. Los tres querían ayudar al Señor cuando le oyen decir: “Triste está mi alma hasta la muerte”. Pero poco pueden hacer, salvo colocarse al lado del Señor, y, cuando quiere soledad para rezar con aquella grandísima intensidad, intentan también hacer oración, a pesar del extraño sueño que les derrota una y otra vez.
Santiago, Juan y Pedro, quizás entre sueños, pueden oír a Jesús su entrecortada plegaria a gritos cuando clama: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú”. También verían al ángel, que le confortaba con poco éxito, y el renovado fervor con que Jesús insiste en la misma oración, hasta el momento en que sudó gruesas gotas de sangre que caían hasta el suelo. Duros debieron ser aquellos momentos para los tres hombres. Eran los más íntimos, sí. Pero dura era esa amistad que tanto dolor les daba en aquellos momentos.
Protomártir de los apóstoles
Santiago fue el primer apóstol en dar su vida de un modo sangriento por Cristo, y el único de ellos del cual se narra su martirio en la Sagrada Escritura. Debió acontecer el año 42 o 43, unos diez años después de la Muerte y Resurrección de Jesús.
Así lo narra Lucas en los Hechos de los Apóstoles: “Por aquel tiempo, el rey Herodes envió tropas para maltratar a algunos miembros de la Iglesia. Hizo morir por la espada a Santiago, hermano de Juan”. Lo que sucedía en aquel tiempo era la consolidación de la Iglesia en Jerusalén y en Israel como un grupo pequeño, pero ya notorio. Después de Pentecostés se convierten varios miles en poco tiempo, después sigue un goteo constante, incluso de algún gentil como el centurión Cornelio y el etíope ministro de la reina Candaces, también en Samaria se predicó el Evangelio y se dieron conversiones.
La situación no era fácil en Israel para los cristianos, pero tampoco angustiosa, los cristianos gozaban de una cierta protección del dominador romano ante las iras de las autoridades judías. Los de Antioquía deciden enviarles recursos a través de Saulo y Bernabé, pues sus problemas debían ser económicos más que de persecución.
Durante la Pasión
Claudio era emperador de Roma. Es entonces cuando Herodes realiza la persecución contra algunos de los más señalados entre los cristianos. La razón es clara “agradar a los judíos”. Durante la Pasión, con ocasión del inicuo juicio a Jesús, se reconciliaron Herodes, tío de este Herodes, y Pilatos.
Ahora, frente a los cristianos, se van a reconciliar Herodes Agripa y los judíos enemigos de los cristianos, también judíos en su mayoría, pero odiados como discípulos de Jesús. Los poderosos de Israel veían a los cristianos como un peligro y aprovechan la malicia de Herodes, y su poder, para que se desarrolle una persecución decisiva contra aquella llamada secta.
Pero los caminos de Dios son distintos de los caminos de los hombres. Dios de los males saca bienes, y de los grandes males, grandes bienes. La muerte de Santiago va a ser el detonante para una primera expansión más decidida hacia otros lugares fuera de Israel. Aquel sangriento hecho sería una comprobación más de la dureza de corazón de los judíos que no quieren creer.
La sangre de Santiago fue espoleta de la expansión de la fe por todo el mundo, abandonando algo a los judíos tan tercos y perseverantes en su falta de fe y su odio sin motivo a Jesús.
La liturgia lo venera con el siguiente himno
Que te alaben nuestros caminos,
Oh Santiago, a quien, desde las redes,
el Señor elevó a las cumbres.
Al saberte llamado, con tu hermano,
dejaste al punto las redes
para predicar con entusiasmo
su nombre y su doctrina.
Testigo de la virtud de su Diestra,
lo fuiste también de las escenas más sublimes:
su triste angustia en el Huerto
y su gloria excelsa en el Tabor.
Dispuesto y pronto a beber
el cáliz amargo de la Pasión,
alcanzas, entre los Apóstoles, pronto
la primera palma del martirio.
Concédenos seguir de cerca en la tierra
los pasos del Señor para poder cantar en el Cielo
el himno eterno de su gloria. Amén .
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