El 4 de agosto la Iglesia recuerda a Juan Bautista María Vianney, conocido como el Santo Cura de Ars, que fue un presbítero francés proclamado patrono de los sacerdotes y que muchos Papas lo ponen de ejemplo de pastor.
San Juan María Vianney tiene una biografía llena de milagros y sacrificios. Era el cuarto de ocho hermanos. Como muchos otros santos, disfrutó de la preciosa ventaja de haber nacido de padres cristianos.
Dificultades desde pequeño
La Francia de finales de siglo XVIII estaba pasando una gran crisis. La Revolución Francesa con el pretexto de implantar «Libertad, igualdad y fraternidad» desató una persecución que llevó a la guillotina a numerosos hombres y mujeres, incluyendo a muchos clérigos y religiosas.
Para poder trabajar, los presbíteros tenían que disfrazarse y con frecuencia cambiar de domicilio. Entre estos se encuentran dos que vivían en Ecculy, el pueblo de los Vianney, y que serán determinantes en su vocación: el P. Balley y el P. Groboz, quienes trabajaban como panadero y cocinero.
Al subir al poder Napoleón Bonaparte, de a poco la Iglesia recuperó cierta libertad. Aunque los alistamientos militares serán cada vez más exigentes, para los jóvenes era difícil de escapar. Sin quererlo, Juan Bautista María termina evitando el ejército.
Trabajar solo para el cielo
Mientras pasaba largas horas en el campo, la convicción de entregarse por entero fue creciendo en su mente. Se decía: «Si soy sacerdote podría ganar muchas almas para Dios«, y este pensamiento lo compartía con su madre, en quien encontraba apoyo. Su padre le dio gran lucha, dos años le costó aceptar las aspiraciones de su hijo.
El P. Balley, párroco de Ecculy, abrió en la rectoría una pequeña escuela para formar aquellos jóvenes que sintiesen la vocación. Era la ocasión perfecta para Juan Bautista María que tenía ya 20 años y podría quedarse en la casa de su tía. Hasta su padre vio las ventajas de esta oportunidad y le dio el permiso.
En alguna biografía se lee que era torpe, por no decir estúpido. Sin embargo, no puede haber algo más lejos de la realidad. Su juicio nunca fue errado, pero su memoria era pobre. El mismo decía que no podía guardar nada en su mala cabeza.
Es llamativo lo que le paso en esta escuela. Al ver que le era tan difícil retener en especial la gramática del latín, en un momento de desesperación casi se regresa a su casa, pero el P. Balley captó el peligro en el que se hallaba su estudiante, y le pidió hiciese un peregrinaje a un Santuario. El viaje logró un cambio en él, y superó el desaliento que casi consigue apartarlo de sus estudios.
Encargo parroquial
Al ser enviado a la pequeña Ars (230 habitantes), el Vicario general de la diócesis le dijo: “No hay mucho amor de Dios en esta parroquia; usted procurará introducirlo”. Y eso fue lo que hizo: encender en el amor al Señor que llevaba en el corazón a todos aquellos.
Empezó por visitar cada casa de la parroquia y caminar por las praderas, con su breviario (libro de oración) en las manos. Para ganar la amistad de los habitantes les hablaba del estado de las cosechas, del tiempo, de sus familias, etc.
Sobre todo oraba y añadía a la oración austeras penitencias. Pasaría sin comer varios días. El santo Cura gozaba de la belleza de las praderas y los árboles, pero amaba mucho más la hermosura de la Casa de Dios y las solemnidades de la Iglesia.
Decidió comprar un altar nuevo con sus propios ahorros, y él mismo pintó el trabajo de madera con el que las paredes estaban adornadas. El Señor se merece lo mejor, compró los más bonitos encajes, telas y tejidos para hacer las vestimentas sacerdotales.
Enseñó a su feligresía a entender a fondo la verdad de la presencia de Jesús en la Eucaristía. Se cuenta que escucharon a su párroco exclamar durante un cuarto de hora llorando y mostrando el sagrario: «¡está aquí, está aquí!»
El arma más grande del Cura de Ars
El santo sacerdote se puede decir que pasó su vida en una continua batalla con el pecado a través de su trabajo en sacramento de la Penitencia. De hecho, el gran milagro del santo cura de Ars era el confesionario.
Miles de personas acudían al pueblo de Ars pues deseaban ver al Santo Cura, pero en especial confesarse con él. El demonio con ataques y tentaciones le quería hacer que deje de levantarse por las mañanas para ir a impartir el sacramento del perdón. Pero el día a día perseveraba, levantándose aunque estaba cansado. Nos enseña a entrenarnos para que la Cruz sea suave y ligera, como explica esta meditación.
Aunque acogía a todos con igual benignidad, amaba con amor de predilección a sus feligreses. Cuando las confesiones le retenían muchas horas en la iglesia, no podía ver tanto como antes a «sus queridos hijos«. Pero mientras los peregrinos tenían que aguardar días enteros para hablarle durante unos minutos, todos los sábados reservaba algunas horas especiales a los habitantes de Ars.
Una curiosidad, este santo sufrió la tentación de desear la soledad y se sentía incapaz para el servicio que brindaba en la ciudad. En una oportunidad le rogó a su Obispo que lo dejase renunciar y hasta en tres ocasiones llegó a fugarse de Ars, pero siempre regresó.
El final de su vida
Pasaron 41 años desde el primer día en el que el cura llegó a Ars, fue un tiempo de actividad indescriptible. Después de 1858 decía con frecuencia: «Ya nos vamos, debemos morir, y muy pronto«. No cabe duda de que él sabía que su fin estaba cerca.
La mañana del 29 de julio de 1959 entró en el confesionario como a la 1:00 a.m. Pero después de haberse desmayado en varias ocasiones, le sugirieron que descansara. A las 11:00 dio catecismo por última vez. Esa noche con mucha dificultad pudo arrastrarse hasta su cuarto. Una hora después de medianoche pidió ayuda
«Es mi pobre fin, llamen a mi confesor».
La enfermedad progresó con rapidez. En la tarde del 2 de agosto recibió los últimos sacramentos y dijo:
«Qué bueno es Dios; cuando ya nosotros no podemos ir más hacia Él, Él viene a nosotros».
En la noche del 3 de agosto llegó su obispo. El santo lo reconoció, pero no pudo decir palabra alguna. Hacia la medianoche el fin era inminente. A las 2:00 a.m. del 4 de agosto de 1859, el Obispo leyó: «Que los santos ángeles de Dios vengan a su encuentro y lo conduzcan a la Jerusalén celestial«, el Cura de Ars encomendó su alma al Señor al que había dedicado toda su vida. Como los santos, este artículo explica quienes son los santos.
Oración al Santo
El Papa Benedicto XVI compuso esta bella oración para el Año Sacerdotal (2010), en el 150 aniversario de la muerte del Cura de Ars:
«Señor Jesús, en San Juan María Vianney Tú has querido dar a la Iglesia la imagen viviente y una personificación de tu caridad pastoral. Ayúdanos a bien vivir en su compañía, ayudados por su ejemplo en este Año Sacerdotal.
Haz que podamos aprender del Santo Cura de Ars delante de tu Eucaristía; aprender cómo es simple y diaria tu Palabra que nos instruye, cómo es tierno el amor con el cual acoges a los pecadores arrepentidos, cómo es consolador abandonarse confidencialmente a tu Madre Inmaculada, cómo es necesario luchar con fuerza contra el Maligno.
Haz, Señor Jesús, que, del ejemplo del Santo Cura de Ars, nuestros jóvenes sepan cuánto es necesario, humilde y generoso el ministerio sacerdotal, que quieres entregar a aquellos que escuchan tu llamada.
Haz también que en nuestras comunidades, como en aquel entonces la de Ars, sucedan aquellas maravillas de gracia, que Tú haces que sobrevengan cuanto un sacerdote sabe poner amor en su parroquia.
Haz que nuestras familias cristianas sepan descubrir en la Iglesia su casa, donde puedan encontrar siempre a tus ministros, y sepan convertir su casa así de bonita como una iglesia.
Haz que la caridad de nuestros Pastores anime y encienda la caridad de todos los fieles, en tal manera que todas las vocaciones y todos los carismas, infundidos por el Espíritu Santo, puedan ser acogidos y valorizados.
Pero sobre todo, Señor Jesús, concédenos el ardor y la verdad del corazón a fin de que podamos dirigirnos a tu Padre celestial, haciendo nuestras las mismas palabras, que usaba San Juan María Vianney:
Te amo, mi Dios, y mi solo deseo es amarte hasta el último respiro de mi vida.