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Lucy Molinar, “saberse hijos de Dios, darle sentido a la vida y perdonar”

Lucy Molinar

Lucy Molinar estudió su carrera en Chile, con maestría en Navarra. Trabajó en Chile, Venezuela y Brasil, hasta que regresó a Panamá a ejercer de periodista por 20 años. Ha cubierto eventos internacionales como el caso Noriega, la muerte de san Juan Pablo II. Fue Ministra de Educación por 4 años; años duros, pero que valieron la pena, a pesar de los pesares nos afirma Lucy.

Lucy nos cuenta que su relación de diálogo con Dios se inicia en Chile, cuando fue invitada a una charla sobre el papel de la mujer. Reunión, que a pesar de no haber cubierto sus expectativas, la dejó inquieta y con la posibilidad de regresar e interactuar con personas del lugar. Coincidentemente, se entera de que el lugar es un Centro del Opus Dei, Obra de Dios, del que estaba advertida y negada a conocer, pero por su forma de ser, observadora e impetuosa, llegó a entender entre libros y explicaciones de un sacerdote de la Obra, el sentido de la fe en sus aspectos histórico, filosófico y teológico.

Lucy Molinar y el Opus Dei

Lucy Molinar, con 19 años, vive un año en una residencia del Opus Dei y en ese espíritu entiende que Dios es su Padre. Forma parte integral de su vida, que aunque no lo ve, existe y es lo más real; como para contar con Él en todas las circunstancias y actividades que estaba acostumbrada a hacer, ahora siempre en su presencia.

Sobre sus retos de ese saberse hija de Dios, ya como mujer madura, esposa, madre y profesional exitosa, Lucy nos cuenta que su diálogo con Dios consistía en que Él la ayude a que su fe sea operativa, para servir sin dejarse marear por la fama.

Después de sus jornadas laborales ya con hijos pequeños y luego como Ministra, comienza a ser muy rigurosa con sus horarios cuidando el espacio familiar, intercalado con sus momentos para el diálogo con Dios. Nos confiesa que la mejor forma para no distraerse y volcarse con el Señor es ante el Santísimo, aunque no siempre es posible por sus actividades, pero siempre le busca espacio aunque sea en el carro.

Luego de dejar la política, Lucy Molinar entra en una etapa diferente de diálogo con Dios. Su entorno cambia y sus fuerzas se debilitan, llevándola a un abandonarse más en Dios para que Él actúe y los proteja de las injusticias que les tocó vivir como familia ante una política ingrata.

En esta etapa Lucy descubre que debe haber más tiempo para conocer y amar más a Dios y entre libros y consejos se acerca a la Pasión del Señor, donde reconoce su cruz y la importancia del perdón.

La persecución cambio su vida

Lucy Molinar, también nos dice que el haber pasado por esos momentos oscuros de persecución le cambiaron la vida. Toca hablar de perdón, hablar de sacar del corazón cosas y personas que le han hecho daño. Le resulta un proceso que no se termina tan fácil.

En la oración comprendió que para dejar el pasado atrás tenía que perdonar y enseñar a perdonar a los suyos, esposo e hijos, quienes también estaban sufriendo. Reconocer que hacer justicia era convertirse en los agresores. Concluye que más importante que las heridas, por el bien de sus hijos, era sacar lecciones y acabar con todo rasgo de resentimiento.

Finalmente, nos dice Lucy que ser hijos de Dios con rectitud de intención te lleva a ser feliz, a pesar de los reveses. Que se puede querer y perdonar a la gente aunque sean de diferentes credos y costumbres. Es verdad, nos afirma nuevamente, se puede ser feliz si entiendes que esta vida es un trampolín para ir a encontrarte con Dios. “No somos animalitos, somos hijos de Dios y así como Él nos quiere, debemos querer a la gente, darles cariño y mostrarles el sentido de la vida, actuando como el Señor nos enseña en los Evangelios”.

Preguntas para el diálogo

1. “Venimos de Dios” y a Él regresamos. Hay tantos seres humanos desorientados, pensando que todo es materia y que el ser humano tiene el mismo fin que una planta o que un animalito. No se plantean de dónde vienen ni a dónde van. Lucy se siente afortunada de haber tenido una madre que impregnó en su alma que su vida no es una casualidad y que Dios pensó en ella para que trabaje para Él.

¿Tienes claro cuál es el sentido de tu vida? ¿Has considerado cuál es tu tarea para conectar con Dios aquí en la tierra? ¿Cuánto hacemos por salvar nuestra alma?

2. Somos hijos de Dios y Dios no cesa de atraernos hacia sí. Somos queridos y amados por Él, por lo que nos sostiene. Lucy lamenta haberse perdido esta relación de hija por tanto tiempo.

¿Consideras con frecuencia que eres hijo de Dios, y procuras tener esa presencia filial, divina en todas las circunstancias de tu vida?

3. Lucy, como profesional exitosa, esposa y madre, enfrenta experiencias interesantes, que terminan reafirmando su fe.

¿Manifiestas con hechos tu deseo de defender tu fe cuando los caminos se ven envueltos en la fama que atrae al mundo?

4. Pasó haciendo el bien” Jesús a todos les dio ejemplo de amor, y amar fue su único mandato. La maravillosa riqueza del verdadero amor está en comprender y perdonar. Así también lo descubrió Lucy, para que todas su obras no caigan en saco roto, enfrentó la realidad de despojar de su corazón el más mínimo rencor hacia aquellas personas que en la política la hicieron sufrir entre calumnias e injusticias.

¿Te preocupas por terminar tu jornada con la paz y serenidad de un hijo de Dios que ha realizado la obra bien hecha, venciendo egoísmos y resentimientos propios de la debilidad humana?

Propuestas de Acción

1. Salimos de la mano creadora de Dios y a Él regresaremos. Cuando se pierde de vista esta verdad se construye una felicidad terrenal que nunca satisface.
Si poseer a Dios es el fin, debes buscar a Cristo en la vida ordinaria, encontrándole en quienes amas y lo que amas hacer.

Esa experiencia del amor, de amar lo que hacía y de querer a gente de todas las clases, credos y razas y es la que dio a Lucy sentido a su vida para querer servir a los demás con honestidad, por amor a Dios.
¡Todo el sentido de nuestra vida está contenido en que estamos trabajando para regresar a la casa del Padre ¡ “Ama y haz lo que quieras”

2. Para Lucy fue muy conmovedor el día que entendió que Dios era su Padre, parte integral de su vida y que aunque no lo viera, empezó a ser tan real, que desde ese momento la acompaña en donde esté. Él se trasladó a sus actividades cotidianas, nos confiesa.

Es importante considerar que somos hijos de Dios porque somos hechos a su imagen y semejanza, somos fruto de su pensamiento, tanto que nos llama y nos conoce por nuestros nombres.
Estamos invitados al diálogo con Dios, desde nuestro nacimiento, porque tenemos la dignidad de hijos de Dios.

3. La lucha por lograr que nada de lo que Lucy trabajaba, la aparte de Dios era constante. Su deseo de rectificar para servir, pidiendo en la oración al Señor que su fe sea operativa. Siempre fue consciente de que para que esto suceda se necesuta su Gracia.

Debemos estar en Gracia de Dios, confesarnos; poner los pies en la tierra y la cabeza en el cielo, entregarle todo nuestro corazón y dejarnos mirar en la sencillez y cariño de un Padre que sabe más.

4. Lucy vivió el reto de perdonar a sus enemigos y nos dice que si no se perdona, no sólo se deja de seguir a Cristo, sino que se le hace un mal a los hijos, familia y a la sociedad. Sería una incoherencia, ya que todos cometemos faltas, que nos son perdonadas por Dios y por los hombres. Es un proceso no tan fácil pero que aporta en bien a la sociedad.

“Es una pena gastar las energías en enfados, recelos, rencores, o desesperación; y quizá es más triste aun cuando una persona se endurece para no sufrir más. Sólo en el perdón brota nueva vida….
El perdón consiste en renunciar a la venganza y querer, a pesar de todo, lo mejor para el otro” ( Jutta Burgraff, Aprender a perdonar.)

Meditar con la Sagrada Escritura

1. Lucas 19, 10   “Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».

Dios aunque no alcemos la mirada, Él nos mira con ojos de misericordia, porque desea el cielo para nosotros.

2. Juan 4, 16  “Dios es amor: quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”

El amor nace de Dios y el que conoce a Dios puede amar a los demás.

3. Hch 17, 26-28  «En él vivimos, nos movemos y existimos»

Con el creador existe ese diálogo entre personas.

Meditar con el Papa Francisco

Constitución dogmática sobre la iglesia

1. LUMEN GENTIUM

Capítulo V. Universal vocación a la santidad en la Iglesia
40. El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida, de la que El es iniciador y consumador: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48) [122].

Envió a todos el Espíritu Santo para que los mueva interiormente a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (cf. Mt 12,30) y a amarse mutuamente como Cristo les amó (cf. Jn 13,34; 15,12). Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron.

El Apóstol les amonesta a vivir «como conviene a los santos» (Ef 5, 3) y que como «elegidos de Dios, santos y amados, se revistan de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, modestia, paciencia» (Col 3, 12) y produzcan los frutos del Espíritu para la santificación (cf. Ga 5, 22; Rm 6, 22). Pero como todos caemos en muchas faltas (cf. St 3,2), continuamente necesitamos la misericordia de Dios y todos los días debemos orar: «Perdónanos nuestras deudas» (Mt 6, 12) [123].

Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad [124], y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así, la santidad del Pueblo de Dios producirá abundantes frutos, como brillantemente lo demuestra la historia de la Iglesia con la vida de tantos santos.

2. Misa matutina, capilla Santa Marta. «Pedir perdón implica perdonar»

17, marzo, 2020 Extracto de Homilía
….Jesús acaba de hacer una catequesis sobre la unidad de los hermanos y la termina con una hermosa palabra: “Les aseguro que si dos de ustedes, dos o tres, se ponen de acuerdo y piden una gracia, les será concedida” (cf. Mt 18,19). La unidad, la amistad, la paz entre los hermanos atrae la benevolencia de Dios. Y Pedro hace la pregunta: “Sí, pero con las personas que nos ofenden, ¿qué debemos hacer?”. «Si mi hermano comete culpas contra mí, me ofende, ¿cuántas veces tendré que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?»(v. 21). Y Jesús respondió con aquella palabra que significa, en su idioma, “siempre”: «Setenta veces siete» (v. 22). Siempre se debe perdonar.

Y perdonar no es fácil. Porque nuestro corazón egoísta siempre está apegado al odio, a las venganzas, a los rencores. Todos hemos visto familias destruidas por odios familiares que pasan de una generación a otra. Hermanos que, frente al ataúd de uno de sus padres, no se saludan porque guardan viejos rencores. Parece que es más fuerte aferrarse al odio que al amor y éste es precisamente —digámoslo así— el “tesoro” del diablo. Él se agazapa siempre entre nuestros rencores, entre nuestros odios y los hace crecer, los mantiene ahí para destruir. Destruir todo. Y muchas veces, por cosas pequeñas, destruye.

3.  CARTA ENCÍCLICA FRATELLI TUTTI
SOBRE LA FRATERNIDAD Y LA AMISTAD SOCIAL
Capítulo Séptimo. Caminos de reencuentro.
Las luchas legítimas y el perdón

241. No se trata de proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante un poderoso corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable.

Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir, es quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano. Perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la de los demás, o dejar que un criminal continúe haciendo daño.

Quien sufre la injusticia tiene que defender con fuerza sus derechos y los de su familia precisamente porque debe preservar la dignidad que se le ha dado, una dignidad que Dios ama. Si un delincuente me ha hecho daño a mí o a un ser querido, nadie me prohíbe que exija justicia y que me preocupe para que esa persona —o cualquier otra— no vuelva a dañarme ni haga el mismo daño a otros. Corresponde que lo haga, y el perdón no sólo no anula esa necesidad sino que la reclama.

242. La clave está en no hacerlo para alimentar una ira que enferma el alma personal y el alma de nuestro pueblo, o por una necesidad enfermiza de destruir al otro que desata una carrera de venganza. Nadie alcanza la paz interior ni se reconcilia con la vida de esa manera.

La verdad es que «ninguna familia, ningún grupo de vecinos o una etnia, menos un país, tiene futuro si el motor que los une, convoca y tapa las diferencias es la venganza y el odio. No podemos ponernos de acuerdo y unirnos para vengarnos, para hacerle al que fue violento lo mismo que él nos hizo, para planificar ocasiones de desquite bajo formatos aparentemente legales»[224]. Así no se gana nada y a la larga se pierde todo.

Más de la luchas Legítimas y el Perdon

243. Es cierto que «no es tarea fácil superar el amargo legado de injusticias, hostilidad y desconfianza que dejó el conflicto. Esto sólo se puede conseguir venciendo el mal con el bien (cf. Rm 12,21) y mediante el cultivo de las virtudes que favorecen la reconciliación, la solidaridad y la paz»[225].

De ese modo, «quien cultiva la bondad en su interior recibe a cambio una conciencia tranquila, una alegría profunda aun en medio de las dificultades y de las incomprensiones. Incluso ante las ofensas recibidas, la bondad no es debilidad, sino auténtica fuerza, capaz de renunciar a la venganza»[226].

Es necesario reconocer en la propia vida que «también ese duro juicio que albergo en mi corazón contra mi hermano o mi hermana, esa herida no curada, ese mal no perdonado, ese rencor que sólo me hará daño, es un pedazo de guerra que llevo dentro, es un fuego en el corazón, que hay que apagar para que no se convierta en un incendio»[227].

Meditar con san Josemaría

1. Vía Crucis. XIV estación. Dan sepultura a Jesús. Capítulo 14
Ahora ha pasado todo. Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha rescatado.

Empti enim estis pretio magno! (1 Cor VI,20), tú y yo hemos sido comprados a gran precio.

Hemos de hacer vida nuestra la vida y la muerte de Cristo. Morir por la mortificación y la penitencia, para que Cristo viva en nosotros por el Amor. Y seguir entonces los pasos de Cristo, con afán de corredimir a todas las almas
Dar la vida por los demás. Sólo así se vive la vida de Jesucristo y nos hacemos una misma cosa con El.

2. Capacidad de pensar la vida humana más integralmente… En esta línea, pienso que podemos ganar mucho. San Josemaría Escrivá, decía algo al respecto: «No me cansaré de repetirlo: tenemos que ser muy humanos, porque, de otro modo, tampoco podremos ser divinos»  (Es Cristo que pasa, 166).

3. Descansa en la filiación divina. Dios es un Padre —¡tu Padre!— lleno de ternura, de infinito amor.
—Llámale Padre muchas veces, y dile —a solas— que le quieres, ¡que le quieres muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo.  Forja 331

4. Los hijos… ¡Cómo procuran comportarse dignamente cuando están delante de sus padres!
Y los hijos de Reyes, delante de su padre el Rey, ¡cómo procuran guardar la dignidad de la realeza!
Y tú… ¿no sabes que estás siempre delante del Gran Rey, tu Padre-Dios?  Camino 265

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