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Cómo aprovechar el año jubilar

corazón

La palabra “jubileo” proviene de la expresión hebrea “yobel”, que se refiere al cuerno de carnero que se usaba para anunciar este tiempo de gracia. 

En un año jubilar, se realizan actividades como: 

El primer Año Jubilar en la tradición católica fue instaurado por el papa Bonifacio VIII en 1300. 

Empezamos el año Jubilar, que el Papa Francisco ha querido dedicarlo a la Esperanza, vamos a revisar algunas afirmaciones que el Papa nos escribe en la bula Spes Non confundit, con la que convoca al Jubileo.

La Esperanza de Pablo al Llegar a Roma

Ritornello: “Porque en esperanza fuimos salvados” (Rom  8,24)

Cuando Pablo se dirigía hacia Roma, se encaminaba hacia el corazón del Imperio Romano con la misión de anunciar el Evangelio. A sus ojos, Roma era más que una ciudad; era el centro del poder y la cultura pagana. Él sabía que allí encontraría desafíos: la incomprensión, la hostilidad y quizás el martirio. Sin embargo, Pablo estaba sostenido por una certeza más fuerte que cualquier obstáculo: “Porque en esperanza fuimos salvados”(Romanos 8,24).

La esperanza de Pablo no era una idea abstracta ni una mera expectativa de bienestar, sino una convicción profundamente arraigada en la promesa de Cristo. Pablo veía su vida y sus sufrimientos como un testimonio vivo de la resurrección.

*Spes non confundit* nos recuerda que “la esperanza no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos del amor divino”. En los tiempos oscuros, en las cárceles y en las persecuciones, Pablo repetía internamente: *“Porque en esperanza fuimos salvados”*, como un himno que alimentaba su fe y sostenía su misión.

¿Qué nos enseña Pablo cuando todo a nuestro alrededor parece oscurecerse?

Nos invita a mirar hacia Cristo, quien ha resucitado y nos da su Espíritu para fortalecernos. San Josemaría enseñaba que “un cristiano sin esperanza es un contrasentido”; que incluso en los momentos de prueba, debemos mirar con confianza a Dios.

En esta época, en la que podemos sentirnos como extranjeros en un mundo de valores distintos, invoquemos esta esperanza que nos une a Cristo, y repitamos como Pablo: “Porque en esperanza fuimos salvados”.

La Esperanza en la Era del Internet

Ritornello: “La tribulación produce la constancia, la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza” (Rom 5,3-4)

En nuestra era, la tecnología ha cambiado la forma en que vivimos y percibimos el tiempo. La inmediatez del internet nos da respuestas rápidas, pero a menudo roba nuestra capacidad de esperar y de apreciar el proceso de crecimiento. Vivimos en un constante “aquí y ahora”, que ha sustituido la paciencia con la prisa, y la calma con el nerviosismo. Sin embargo, la esperanza cristiana es, ante todo, una escuela de paciencia.

Nos dice San Pablo: “La tribulación produce la constancia, la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza” (Romanos 5,3-4).

Hoy, el mundo digital nos ofrece muchas conexiones, pero, paradójicamente, también promueve una gran soledad. La prisa ha suplantado el silencio, y la distracción constante da lugar a la insatisfacción y la cerrazón. *Spes non confundit* nos invita a ver cómo la paciencia cristiana es la “hija de la esperanza y al mismo tiempo la sostiene”.

En esta era donde la esperanza parece haberse convertido en una virtud rara, la fe nos llama a redescubrirla. La paciencia, en lugar de ser una carga, se convierte en el terreno donde el Espíritu Santo nutre nuestra vida interior y fortalece nuestro carácter.

En lugar de dejarnos llevar por la prisa y la inmediatez, hagamos del tiempo de espera una oportunidad para confiar en el amor de Dios. Como decía San Josemaría, “no es que el tiempo pase rápido o despacio; es que Dios me acompaña”. Repitamos en nuestro corazón: “La tribulación produce la constancia, la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza”, y pidamos la gracia de ser testigos de una esperanza que no se deja vencer por la velocidad de la vida moderna, sino que encuentra en la paciencia la señal de nuestra confianza en Dios.

La Esperanza que Nos Une en el Concilio de Nicea

Ritornello: “Nada podrá separarnos del amor de Dios”(Rom 8,39)

El Concilio de Nicea marcó un hito en la historia de la Iglesia, una época en la que la unidad y la verdad eran amenazadas por las herejías y divisiones internas. En Nicea, la Iglesia definió el Credo que hoy proclamamos en cada Eucaristía, afirmando la divinidad de Cristo y su unidad con el Padre.

Fue una declaración de esperanza en que Dios, siendo fiel a sus promesas, guía y protege a su Iglesia. En medio de las tensiones y los peligros, la Iglesia encontró fuerza en las palabras de Pablo: “Nada podrá separarnos del amor de Dios” (Romanos 8,39).

Este amor divino que nada ni nadie puede quebrar es el fundamento de nuestra esperanza. En Nicea, los obispos proclamaron que Jesucristo es verdaderamente Dios, “de la misma naturaleza del Padre”, y reafirmaron que nuestra fe es firme en su amor salvador.

*Spes non confundit* nos recuerda que, al igual que entonces, estamos llamados a vivir una esperanza visible, ser testigos de una unidad que es reflejo del amor de Dios que nos reúne como Iglesia. Esta esperanza es como una ancla que da estabilidad a nuestras vidas, y una certeza de que nada en el mundo puede destruir la comunión de amor en la que Dios nos sostiene.

Al mirar el ejemplo de los primeros cristianos y de los Padres de Nicea, nos damos cuenta de que nuestra esperanza no es una simple emoción, sino una virtud fundamentada en Cristo. Es el Espíritu quien nos impulsa a ser constantes en la fe, a no perder la unidad, y a vivir nuestra fe con un sentido de misión. Reafirmemos nuestra confianza en Dios y repitamos como Pablo: “Nada podrá separarnos del amor de Dios”, para que, unidos en un mismo espíritu, vivamos nuestra esperanza como un testimonio de la fidelidad de Dios en nuestras vidas y en su Iglesia.

Conclusión

Pidamos a María, Estrella de la Mañana, que nos ayude a vivir esta esperanza con alegría y perseverancia, para que nuestras vidas sean testimonio de la confianza en el Señor que nunca abandona a sus hijos.

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