El relativismo ha permeado todas las esferas de la vida humana, incluso aquellas que creíamos inmunes a la influencia del mundo. Este fenómeno que pretende acomodar la verdad al interés de la persona, se ha convertido en la excusa para justificar conductas y creencias desordenadas, que aunque parezcan inocuas, llevan al ser humano a su propia destrucción. El Papa Emérito Benedicto XVI denominó, en una de sus homilías, a esta dinámica social como “la dictadura del relativismo”, la cual no es más que el producto de ideologías, con fecha de caducidad. Así, el relativismo va socavando cada aspecto, llegando incluso a negar la existencia de la verdad absoluta.
En lo que concierne a la vida de fe, el relativismo también pretende moldear la Verdad revelada por Nuestro Señor Jesucristo. Preocupa ver cristianos que dejan cuestionar su fe por argumentos netamente mundanos, que no corresponden con la Buena Nueva, mezclando la doctrina con sentimentalismo, evitando así todo tipo de compromiso con una auténtica vida interior, que dé frutos para la eternidad.
Zona de Confort Espiritual
Citando a Zygmunt Bauman, son tiempos líquidos, hasta para la fe. El creyente se ha conformado con “sentir bonito”, mutilando el mensaje de la Revelación de Jesucristo, quedándose con aquello que no lo interpela ni lo deja crecer; nos hemos acostumbrado a la zona de confort espiritual, olvidando aquellas palabras del apóstol San Pablo: “Aspirad a los carismas superiores” (1Cor 12, 31).
El camino que nos enseñó Jesús no es un camino de pasividad espiritual, sino uno de constantes batallas. Para comprobarlo nos basta mirar a la Cruz. Jesucristo no vino a eliminar el dolor del mundo, vino a enseñarnos cómo hacer nuestras cargas ligeras (cfr. Mateo 11, 30).
Tanto en la vida, como en la fe “todo me es lícito, pero no todo me conviene” (1Cor 6, 12). Se ha vuelto común aceptar doctrinas que distan de lo enseñado por el Señor. Debemos recordar que la Palabra de Dios, constituida por la Escritura y la Tradición oral, no es una cuestión dada para la libre interpretación o la interpretación personal, San Pedro en su segunda epístola lo denuncia: “Pero, ante todo, tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia” (2Pe 1, 20).
¿Cómo permanecer Fiel a la doctrina del Señor?
No todo el que te habla de Dios te acerca a Dios. Los falsos profetas abundan aún en nuestros días, predicando un mensaje que aunque nos parezca bueno e inofensivo, nos aleja de la auténtica doctrina; de esta forma, como lo diría el Papa Francisco, licuamos la fe, mezclándola con ideas que no vienen de Cristo. El Evangelio, por el contrario, es siempre actual y eficaz, y no necesita ser reinterpretado, o adecuado a los tiempos.
Frente a esto, te preguntarás cómo permanecer fiel a la doctrina del Señor, en medio de la marea de información que circula en este tiempo. Yo sugiero cuidar lo que lees y escuchas, verificando en todo momento las fuentes de la información y recurriendo a medios confiables.
La Iglesia como custodia del depósito de la fe (cfr. CCE 84), cuida celosamente a través de los tiempos la verdad, hecha carne en Nuestro Señor Jesucristo y transmitida por medio de los Apóstoles. En tiempos líquidos seamos también esos celosos testigos de la verdad, la cual no se acomoda, ni cambia por intereses del momento. El mundo, hoy en constante agitación por ideologías dañinas, necesita recordar la belleza de lo trascendente y lo eterno, necesita profetas que se revistan con la armadura de Dios:
“Tomen la verdad como cinturón, la justicia como coraza; tengan buen calzado, estando listos para propagar el Evangelio de la paz. Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, y así podrán atajar las flechas incendiarias del demonio. Por último, usen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, o sea, la Palabra de Dios.” (ef 6, 14 – 17)
Autor: María Paola Bertel
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