Salir de uno mismo
La mañana del sábado de carnaval había salido a caminar para ejercitarme. La brisa de verano era muy fresca y el cielo lucía celeste, libre de nubes. Si bien tenía el celular en silencio, lo había tomado para verificar la hora cuando vi que mi esposo me estaba llamando. Casi no lo podía escuchar, se notaba que tenía dolor y que le faltaba el aire. Me dijo que había tenido un accidente en la playa y que un amigo lo estaba llevando a un hospital cercano de atención primaria. Nos habíamos ido a pasar unos días al interior por las fiestas del carnaval. Ese día salió con dos amigos de paseo a una playa cercana. Cada uno iba en su moto.
Mi esposo siempre conduce lento, pero bajando una loma, a no más de 8 kilómetros, las llantas delanteras se enterraron en la arena, y el 4 Wheel se volteó completamente hacia adelante y lo lanzó por el aire, arrojándolo de espaldas sobre la arena.
Mientras lo escuchaba sentí como si mi mundo se paralizara. Tuve que casi correr a la casa para tomar el carro e irme para el hospital. Al llegar, el médico dijo que había que organizar el traslado a la ciudad ya que se veía la clavícula fracturada en tres partes y que era preferible que, debido al golpe que había sufrido en todo el cuerpo, se le hicieran exámenes exhaustivos.
Conté con amigos y familiares que me ayudaron a organizarme, considerando que había que empacar lo que habíamos llevado para pasar todos esos días. Además coordinar lo referente a la ambulancia y los médicos que lo atenderían en la ciudad.
A partir de ese momento entré como en otra dimensión, como si saliera de mí misma. Le pedí a Dios por la recuperación de mi esposo y a la vez le daba una y mil gracias porque estaba vivo. Decidí una vez más enfrentar esta situación que llegaba a mi vida de forma inesperada de la mano de Él.
Ahora que pasó lo peor puedo reflexionar sobre lo que fueron esos días. Fue un accidente que, según los médicos, pudo ser fatal, pero él solo tuvo la fractura en la clavícula que requirió una cirugía que fue además minimamente invasiva y una afectación temporal en un pulmón por lo que estuvo dos días en semi intensivos. Si bien todavía tiene dolor, ya pudo iniciar las terapias del hombro y hace sus caminatas diarias y los ejercicios de respiración sin ningún problema.
Fue Crucial que nuestro hijo mayor estuviera en la ciudad ya que se turno conmigo para siempre estar alguno en el hospital. además que se formo una trilogía hermosa por lo que compartimos esos días.
En las buenas y en las malas
Hace unos días un sacerdote me recomendó leer A la luz del Evangelio de Fernando Ocáriz Braña. Al adentrarme en la lectura me encontré con estas líneas que me hicieron comprender los sentimientos que había experimentado durante los días más críticos: “La amistad significa alegría, pero también sufrimiento: enfermedad, fallecimientos, decepciones, crisis vitales, conflictos familiares… Como decía san Pablo VI «el arte de amar se cambia con frecuencia en arte de sufrir». Es la otra cara de la moneda de la amistad y acompañar en esos momentos, prueba de su autenticidad. La compasión aumenta al ritmo del amor a Dios, que nos reviste de sus sentimientos y aclara la mirada”.
Es así como esos días cobró vida con mayor fuerza la frase que dijimos frente al sacerdote al casarnos por la iglesia: “…en las buenas y en las malas”.
La situación que vivía era definitivamente mala, pero solo quería estar cerca de mi esposo para que él sintiera que lo amaba.
Ahora me sorprendo de cómo reaccioné. Si esto hubiera pasado diez años atrás, estoy segura de que no hubiera podido empoderarme y manejar la situación en forma serena. Me olvidé de mí misma y solo quería estar para atenderlo a él y que se sintiera cómodo. No importaba si yo tenía hambre, si estaba cansada. Solo quería estar disponible para atenderlo los días que estuvo en el hospital y después en su recuperación en casa.
Experimentar la compasión
En otro pasaje del libro, Ocáriz dice “que Jesús desde la cruz se compadeció y se ofreció en sacrificio por todo el género humano, traspasando el tiempo y el espacio. Llega un punto en el que querríamos confortar los sufrimientos de todas las personas del mundo”.
Y es así como la situación que viví con mi esposo me hizo comprender lo que experimentan personas que tienen a un ser querido enfermo. Era un sentimiento que no había vivido hasta ahora. Si bien me compadecía ante el dolor de otros, este sentimiento era diferente y me ha sorprendido.
En otro pasaje del libro se dice: “Asombra ver a Cristo conmoviéndose al encontrar el cortejo del hijo de la viuda de Naín: ʿEl Señor la vio y se compadeció de ella. Y le dijo: −No lloresʾ (Lc 7,13). Como el amor, la compasión es creativa y expresa el deseo de ʿapropiarseʾ del sufrimiento del amigo para hacérselo más ligero; palabras, silencios, escucha, gestos, presencia, recuerdo, ofrecer una oración, un servicio… Al mismo tiempo, se extiende a todas las personas”.
Las diosidencias existen
En los años que tenemos de matrimonio, la que había tenido situaciones de salud había sido yo: una caída (2016), el diagnóstico de cáncer (2019) y la recurrencia (2022). Mi esposo siempre había sido mi cuidador cariñoso y paciente. Él ha sido mi roca.
Días previos al accidente le había dicho que por favor se cuidara que yo lo necesitaba y justo sobreviene el accidente.
Lo más curioso de lo que pasó fue que en el año 2016 el accidente que tuve también fue en los días de carnaval y también pudo ser fatal. Pasé dos cirugías, tres meses sin poder bañarme ni vestirme por mí misma y un año de terapias. Esto es algo que comparto en mi primer libro Te ofrezco mis puertas.
Por tanto, haber pasado por una situación así, me hizo poder entender lo que él estaba sintiendo al perder su independencia para hacer ciertas cosas durante los primeros días.
Yo no lo puedo ver como una simple coincidencia. Para mí definitivamente es una diosidencia y aún más que ambos pasáramos lo más dificil de nuestra recuperación en el inicio de la cuaresma.
Uno de los días en que iba en el carro para el hospital pensé, Dios mío, ¿será que tú quieres hacerme más fuerte? ¿Hacernos a ambos más fuertes?
Le pido a Dios que nos haga ver a ambos cuál es su propósito.
La unción de los enfermos
Lo que me mantuvo serena esos días fue la oración constante, tener a Dios presente en cada momento y el haber coordinado que un sacerdote fuera a visitarlo al hospital y le diera la unción de los enfermos. Mi esposo estuvo dos días en semi intensivos por la afectación en el pulmón. Fue allí donde el sacerdote lo visitó.
Todavía hay personas que piensan que la unción de los enfermos se le da solamente a alguien que está muriendo. Pero no es así. Es el sacramento que ofrece la Iglesia para atraer la salud de alma, espíritu y cuerpo al cristiano en estado de enfermedad grave o vejez.
Según el catecismo de la Iglesia católica por la unción sagrada y la oración del sacerdote, la Iglesia entera encomienda a Cristo a los que están enfermos.
Sentí mucha paz de que mi esposo pudiera recibir esta gracia en ese momento.
Todo es para bien
Al salir del hospital lo primero que hicimos fue ir al Santísimo. Sentíamos que teníamos que darle una y mil veces gracias a Dios por tanto.
Al ver cómo mi esposo se iba recuperando, poco a poco volví a la realidad y dejé esa dimensión en la que entré por muchos días. Estuve muy cansada
Cada vez que lo veo pienso:
Gracias, Dios mío, porque está vivo.
Gracias por nunca abandonarnos.
Gracias por haber hecho que experimentara la compasión que me ha hecho más humana.
Por algo San Josemaría Escribá de Balaguer decía: “Todo es para bien”.