Tanto sus aciertos como sus debilidades manifiestan a un hombre claro y sencillo, algo rudo, pero recto y noble. Con tantos defectos es como más cercano.
No se advierten en Tomás los matices de algunos intelectuales, va directo al meollo de la cuestión, cueste lo que cueste. Esto es muy claro cuando aparece en el pasaje del evangelio, donde anima a los demás a ir a morir con Jesús. No es la reacción de un cobarde la suya.
Cuando pregunta por el camino para seguir al Señor, se advierte que lo hace con sinceridad y no como una vaga inquietud intelectual. Sus mismos errores -la famosa incredulidad- nos revela un hombre que sufre en su oscuridad, pero que no se separa de sus amigos.
En la Última Cena se da una importante intervención de Tomás. Se produce cuando Jesús ve preocupados a los suyos y les dice:
“No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas, si no, os lo hubiera dicho, porque voy a prepararos un lugar; y cuando haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré, y os llevaré junto a mí para que donde yo estoy, estéis también vosotros, a donde yo voy, sabéis el camino”. Es entonces cuando Tomás interviene con ímpetu: “Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”.
Una vez más es patente el poco entendimiento que los apóstoles tienen de Jesús, manifestado con la sencillez de Tomás. Jesús dice que ya están suficientemente formados, y ya saben el camino. Pero Tomás, y los demás con él, manifiestan que no lo saben y no entienden. Además, algo le duele en lo más íntimo, pues Jesús ha dicho que va a marcharse, les va a dejar, aunque vuelva con muy buenos dones. Tomás no quiere separarse del Maestro que ha trasformado su vida de una manera tan radical. Le ama de veras, aunque no le comprenda en toda su plenitud. Su amor por Jesús es pleno.
El hecho de su tardanza en volver con los suyos muestra el dolor del que está dispuesto a morir por aquel a quien quiere, pero que, de hecho, fue cobarde y huyó. No se sabe perdonar a sí mismo y el dolor le impide la vuelta. Todos estos rasgos, brevemente esbozados, nos revelan a un hombre de bien, aunque tuviera defectos.
Sus mismos silencios expresan algo de agradable, pues no se pronuncia cuando no hay nada que decir, pero si es necesario sus palabras son de una intensidad que no dejan indiferente a nadie. Los pocos datos que tenemos nos hacen ver a un hombre duro y fuerte, sencillo y franco, fiel, que hasta en sus errores transmite su nobleza. Un santo atractivo, que a todos nos gustaría imitar.