Viaje
Viajé hace unos días nuevamente a los Estados Unidos. Fueron solo cuatro noches las que estuve fuera de mi país. Mi esposo no pudo ir por compromisos de trabajo. Era la primera vez en mucho tiempo que viajaba sin él.
Siempre ha sido un reto hacer el equipaje. Sin embargo, para este viaje, mi hijo mayor, quien me acompañó, me dijo que tratáramos de viajar con una maleta de mano para ir livianos. Al principio me pareció una tarea imposible. No pensé que lo iba a lograr, pero lo hice. Pude acomodar toda mi ropa, incluyendo dos libros, mi iPad y mi inseparable laptop.
Era también la primera vez que viajaba con las zapatillas que llevaba puestas y unas sandalias en la maleta. Dos pares de zapatos nada más. Esta parte fue la más difícil, ya que siempre me ha gustado llevar zapatos para diversas ocasiones.
Por el trabajo tuve que viajar muy a menudo. En familia realizamos muchos viajes cuando mis hijos eran pequeños y ya siendo adultos. Igualmente, mi esposo y yo hemos viajado mucho en pareja. Pero al programar el itinerario de los viajes, si bien incluía visitar las iglesias más relevantes de cada país, nunca consideraba ir a misa.
¡Qué vacía me parece ahora esa actitud! Pero ya sabemos que no hay que perder tiempo en recriminaciones, como decía santa Teresita del Niño Jesús. Hay que pensar en cómo podemos seguir en el camino muy corto y muy recto para llegar al Cielo. Dejar atrás las imperfecciones y buscar ser mejores.
Y como estoy recién matriculada en la Universidad del Alma de san Josemaría, una de las materias que elegí fue ir cada vez más seguido a misa, no solo los domingos. Quiero estar lo más cerca posible de Dios y la misa es el lugar del encuentro con Él.
Así que, por primera vez en un viaje, la misa era parte del itinerario desde el principio. Me sentía tan feliz por eso y me propuse que lo iba a lograr.
San Vicente de Paúl
Al llegar busqué en Google Maps las iglesias católicas que quedaban cerca del hotel. Quedé sorprendida al ver la cantidad que había. El hotel ofrecía un servicio de transporte gratis a 3 millas a la redonda, así que ubiqué las que estaban en ese radio. Después revisé los horarios de las misas. Me llamó la atención una que quedaba a 1.6 millas.
La foto mostraba una construcción muy sencilla. Era la Iglesia de San Vicente de Paúl. Coordiné el transporte con tiempo para el segundo día del viaje, que sería un sábado, y llegué a la iglesia media hora antes de la misa. La fachada era muy simple, parecía más bien una gran casa cuadrada con un techo alto, pero al entrar me quedé sorprendida. Los vitrales de colores le daban mucha calidez. En la entrada había una pequeña fuente con agua bendita. Nunca había visto algo así. Esto incluso se replicaba en varias puertas de acceso. Me la puse en los dedos e hice la señal de la Cruz.
Me senté y pude rezar tres misterios del Rosario antes de que empezara la celebración. Era también la primera vez que iba a escuchar una misa en inglés, pero no tuve problema para entenderla y poder repetir las oraciones en español.
Quedé impactada con los cantos. Un órgano y un coro nos guiaban. Eran melodías que no había escuchado antes, pero eran muy hermosas. Como habían repartido unas hojas con las letras, pude seguirlas sin problema. Por si las quieren buscar en YouTube o en Spotify, estas fueron algunas de las que cantamos: The Summons, Ubi caritas, Where your treasure is, Where charity and love prevail and God sends us forth.
No esperaba encontrar una iglesia donde se sintiera tal fervor. Después de estar tanto tiempo en mi país con las iglesias con aforo restringido, y muchas de ellas con sillas plegables, llegar a esta iglesia fue como entrar en un remanso de paz.
Los sacerdotes ingresaron por el centro de la iglesia rociando el incienso, seguidos por los monaguillos que eran tres niñas. Toda la celebración estuvo rodeada de los ritos que tenía mucho tiempo sin vivir. Lo otro que me llamó la atención fue que antes de comenzar la misa se presentaron los nombres de los lectores del día y de los sacerdotes.
Salir de la pandemia del pecado
El padre que presidía la misa era de Vietnam. Lo supe porque él lo mencionó en el sermón. Tenía un cierto acento, pero modulaba perfectamente, así que se le entendía claramente. El sermón fue muy sencillo pero muy claro en referencia al Evangelio del día. Debemos arrancar con decisión de nuestra vida todo lo que nos aparta de Dios. Lo que hay que arrancar es el pecado.
Fue muy emocionante cuando el padre mencionó que se celebraba el día san Vicente de Paúl, el del patrono de la iglesia que yo había escogido.
Además, 20 parejas terminaban los cursos prematrimoniales. Eran jóvenes y se veían todos emocionados. El padre los felicitó y pidió con mucho ímpetu que los aplaudiéramos y que rezáramos por ellos.
La iglesia estaba muy llena. La fila para comulgar fue muy larga. Pensé que Dios estaba regocijado de ver a sus hijos rindiéndole honor. Se respiraba un ambiente de mucha paz.
Dios nunca está de vacaciones
Hubo un momento en que no pude contener las lágrimas. Me sentía tan feliz de haber cumplido mi propósito de darle un espacio de honor a Dios en el viaje. Entendí que no podemos coger vacaciones de Dios, porque Dios es parte de nuestras vidas. Dios nunca está de vacaciones. Está siempre esperándonos.
La misa es parte esencial de ser cristianos. Es donde hacemos memoria del sacrificio que Jesús hizo por nosotros, que nos regaló la vida eterna. Es una visita que no debe ser por obligación, sino por amor a nuestro Padre Dios y a su Hijo que entregó la vida por nosotros.
A mí me ha tomado muchos años entenderlo. Me costaba mucho concentrarme en las lecturas, en el sermón. Pero cada vez he ido progresando, porque he comprendido el significado real de lo que vivimos en cada misa. No es que no lo supiera, sino que no lo había interiorizado.
La mejor noticia
Las noticias no dejan de hablar de la crisis por la pandemia en los Estados Unidos, pero estando esos días de visita por allá, reconozco que no se sentía ningún temor. La diferencia en esta ocasión es que había más personas usando mascarillas. Cuando viajé hace dos meses las personas casi no las usaban. Lo cierto es que me sentía como si no existiera el COVID-19, aunque yo sí me mantuve usando la mascarilla en todo lugar cerrado.
Lo que nunca imaginé es que en este país iba a vivir una misa tan profunda y tan cálida en la iglesia San Vicente de Paúl, el día que incluso se celebraba a este santo. Y fue así porque cumplí mi propósito de que asistir a misa formara parte del itinerario de mi viaje y no tengan dudas de que así será de aquí en adelante.
Siento que voy perseverando cada día. Hay tanto que aprender si nos dejamos guiar hacia el amor de Dios. Si somos humildes en reconocer nuestras debilidades y que necesitamos a Dios en nuestras vidas.
El mensaje que me queda después de haber asistido a esta celebración es que Dios está presente en todo el mundo cada día en la Eucaristía. Esa es la mejor noticia, y que debería ocupar el titular de todos los periódicos. Los sacerdotes son quienes reviven un día y otro la entrega de Jesús por nosotros en el altar. No despreciemos la invitación que Dios nos hace, y procuremos ir a visitarlo. Al menos, ese es mi propósito.
Dios nunca está de vacaciones y nosotros tampoco podemos coger vacaciones de Dios.