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La Virgen del Carmen: nuestra historia personal y de Chile

virgen del carmen

En toda Latinoamérica tenemos mucha devoción a la Madre de Jesús, con la advocación del Carmen, pero especialmente en Chile tiene una larga y fecunda tradición desde el siglo XVI. 

     De hecho, en ese país, el primer templo mariano se erige en el poblado de La Tirana en honor a Nuestra Señora del Carmen. Con la llegada de los padres Agustinos a Concepción, a finales del mismo siglo, se extiende esta devoción.

    Esta confianza y amor especial del pueblo chileno por la Virgen del Carmen comenzó a ser invocada en los escenarios más importantes de su historia. De manera muy especial en la lucha por la Independencia Nacional donde se pidió su maternal intercesión. 

     Ella fue elegida como Patrona del Ejército de Los Andes y le juraron fidelidad en 1817 al cruzar la cordillera. Y antes de la batalla de Maipú (guerra de independencia de Chile) en la Catedral de Santiago, el pueblo entero junto a las autoridades civiles, religiosas y militares le hicieron el juramento de erigirle un Santuario en el mismo sitio en donde se de la batalla y se obtenga la victoria.

     Años más tarde, la Guerra del Pacífico ofreció un segundo momento de devoción nacional a la Patrona y Generala de los Ejércitos de Chile. Como ejemplo, se sabe que toda la tripulación de la Esmeralda y su capitán Arturo Prat habían recibido el Escapulario de manos del capellán.

Reina y Madre de Chile

     La Santísima Virgen del Carmen es invocada como Reina y Madre de Chile. Su maternidad es el fundamento de todos sus privilegios que ella recibe de manos del Padre. Y es el camino, más corto y directo, para llegar a su Hijo.

     Nos cuenta san Lucas que Jesús después de expulsar un demonio se encuentra predicando a una multitud. Evidentemente, son muchos los que quieren atraer la atención del Maestro para hacerle ver sus necesidades personales o familiares. 

     Las peticiones se multiplican, se cruzan las voces y se hace difícil que Jesús pueda escuchar a cada uno. Pero una mujer sí lo consigue: “Mientras Él estaba diciendo todo esto, una mujer de en medio de la multitud, alzando la voz, le dijo: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron” (Lucas 11,27). 

     Nos imaginamos que Jesús, cuando escucha la mención de su madre interrumpe lo que está haciendo y concentra su mirada en esa mujer: “Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan” (Lucas 11,28). Jesús no deja pasar ningún detalle de cariño hacia su Madre, le da alegría que pensemos en ella, la queramos de verdad. El amor a María no nos aleja del amor a su Hijo, todo lo contrario: mientras más queremos a su Madre, nos parecemos más a Él.

Escapulario del Carmen

     El Escapulario del Carmen es el típico detalle de una madre. Sin que se lo pidamos -como en las Bodas de Caná-, Ella lo ve y resuelve darnos este regalo para que nosotros sepamos responder a la llamada universal a la santidad. María nos quiere proteger, nos quiere dar las facilidades y auxilios necesarios para morir en gracia de Dios. Y si por nuestra negligencia y falta de amor a Dios, merecemos el Purgatorio y debemos purificarnos de la pena temporal de los pecados ya confesados, Ella lo permite solo hasta el sábado siguiente a nuestra muerte … “¡es tan maternal ese privilegio sabatino!” (Camino 500)

     Imitemos a los Santos, que han vivido con especial devoción el Escapulario del Carmen. Uno de ellos, san Josemaría -que estuvo en Chile- “era terciario carmelita desde el 2 de octubre de 1932. Interesantes las razones que da unos días antes: «Dos cosas (además del Amor) me mueven a hacerme terciario carmelita: ‘obligar’ más a mi Madre Inmaculada, ahora que me veo más débil que nunca; y proporcionar sufragios a ‘mis buenas amigas las Ánimas benditas del Purgatorio'» (Cuaderno VI, nº 823, 12-IX-1932 y Vázquez de Prada, I, pgs 464).

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