¿Cómo podemos vivir la Semana Santa de manera diferente? ¿Qué podemos hacer este año que no hemos hecho antes? Pues, quisiera proponerles que cuando empecemos la Semana Santa, el 10 de abril, oremos cada día de la mano de María. Que pidamos su intercesión en cada acto de piedad y de fe que hagamos, para que con su ayuda, podamos agradar a Dios con nuestras acciones.
En Jerusalén
Si alguna vez tuvieron la gracia de visitar Tierra Santa, seguramente recordarán el recorrido de la Vía Dolorosa, en la que los creyentes rezan el Vía Crucis. Con mucha piedad y fe, cualquier peregrino puede seguir las distintas estaciones del Vía Crucis, y visitar los sitios santos, por ejemplo, donde la Verónica le limpió el rostro a nuestro Señor, o el lugar donde fue crucificado.
En la IV estación, Jesús se encuentra con su Madre:
«Simeón los bendijo y dijo a María, su madre, ‘Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten, será una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma’. Su madre conservaba todo esto en su corazón» (S. Lucas 2, 34-35)
Pero, ningún sitio me marcó tanto como donde Jesús se encuentra con su madre, con nuestra madre, y estando ahí recordé la estación del Vía Crucis.
Dolor de madre
A María ya Simeón le había avisado, sabía que iba a sufrir la muerte de su hijo. Y pienso, qué fuerte es María, quien aceptó la voluntad de Dios sin chistar de joven, y ahora, ya de adulta, dice de nuevo sí a Dios, y le entrega a su hijo para que cumpla lo que Dios había previsto.
Muchas madres han tenido que entregar a sus hijos, es cierto, algunas inclusive, han tenido que verlos sufrir la muerte frente a sus ojos. Pero ninguna lo habrá hecho con la santidad de María, nuestro ejemplo cuando encontramos tribulaciones en nuestras vidas.
Vivir la Pasión de cerca
La Pasión que sufrió Jesús, la inmolación de nuestro Cordero, es realmente triste, fuerte y hasta sádica. Porque sí, Jesús murió por nosotros, fuimos nosotros quienes lo pusimos allí en la cruz. Pero, fue una cruz romana, de un imperio reconocido por sus fuertes castigos, sus sangrientos espectáculos y violentas costumbres.
Por eso, pensar que esos ojos santos de nuestra Madre vieron todo eso, cada latigazo, cada espino, cada clavo… solo queda decir: ¡Madre mía, qué fuerte dolor y qué grande sacrificio el tuyo también!
Sufrir con alegría
Pero, no hay dolor en vano. Al igual que un ciclista entrena hasta el cansancio, sufre dolores musculares y sed, todo por conquistar la velocidad que busca o la resistencia que espera, así también el cristiano sabe que el sufrimiento no es en vano, que nos lleva a la santidad, que hay un fin feliz, en el que Dios nos espera con el premio prometido.
María sufrió mucho, pero sufrió con alegría, porque sabía que en la Pascua se iba a encontrar de nuevo con Jesús. Los Evangelios no nos cuentan cómo María y Jesús se encuentran después de la Pasión, pero a mí me gusta imaginar que nuestro Señor la sorprende sin previo aviso, quizás esperándola en casa, o encontrándose con ella en la calle. ¡Qué hermosa sorpresa y qué gran alegría!
Certeza de la resurrección
Y es que, María sabía que Jesús era (y es) Dios. Ella lo conoció de pequeño, le enseñó sus primeras palabras, lo ayudó a caminar, lo cambió, lo bañó… ella sabía el verdadero origen de Cristo. Los apóstoles, a pesar de tener fe en Jesús, no lo sabían con certeza, y vivieron días llenos de miedo y angustia después de Su muerte.
Pero yo imagino a María, que con mucha calma y amor les explicaba a los 11 que tengan fe, que Jesús volverá coronado como rey, nuestro Rey, el Rey del mundo. Y que a cada uno de ellos los pondrá en grandes altares por todo el mundo, porque alcanzarán la santidad.
Orar con María
Oremos entonces con nuestra madre, cada día de la Semana Santa, pidámosle que guíe nuestro pensamiento para que podamos agradar a Dios. Podemos, por ejemplo, rezar el Via Matris, un camino de oración que acompaña a María en los dolores que vivió junto a su hijo. O podemos también, ver la película de La Pasión y fijarnos en el papel de María a lo largo de la película.
Lo importante es que le pidamos a nuestra madre su dirección en nuestra vida de oración, que guíe nuestros pasos para que sigamos los designios de Dios y podamos convertirnos sinceramente esta Semana Santa y así recibir a Cristo con el alma renovada.