¡Feliz Pascua de Resurrección! En este lunes, el Evangelio que nos presenta la Iglesia, es de estas mujeres atemorizadas pero llenas de alegría, que se alejaron rápidamente del sepulcro y se fueron a dar la noticia a los discípulos.
Ahí se encuentran con el mismo Jesús, que sale a su encuentro y les saludó diciéndoles: ¡Alégrense!
EL MENSAJE QUE TENEMOS QUE LLEVAR AL MUNDO
Ellas se acercaron y abrazándole los pies se postraron delante de Él y Jesús les dijo:
«No teman. Avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.»
(Mt 28, 10)
Me ha sorprendido siempre este: ¡Alégrense! No Les saluda de otra forma, no les dice: hola o bienaventuradas…Le dice: ¡Alégrense! ¡Alégrense!
De la misma forma hoy, el Señor resucitado nos dice eso a cada uno de nosotros: ¡Alégrate! ¡Alégrate! “No temas avisen a los demás que les voy a ver, ahí me verán”
¡Ese es el mensaje que tenemos que llevar a este mundo! Continúa el Evangelio, dice:
“Mientras ellas se alejaban, algunos de la guardia fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido.”
(Mt 28, 11)
Aquí narra el evangelista san Mateo, algo que nos llama la atención, dice:
“Reunidos con los ancianos, y de común acuerdo dieron a los soldados una gran suma de dinero, con esta consigna: «Digan así: «Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron el cuerpo mientras nosotros dormíamos. «Y si llega esto a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo.”
(Mt 28, 12-14)
Concluye la lectura:
Ellos tomaron el dinero y cumplieron la consigna.
(Mt 28, 15)
Nos encontramos con esta otra realidad, los que no quieren ver que Cristo ha resucitado, los que lo ocultan y hacen de todo, aplican hasta malas artes para quitar esa alegría.
LO SOBRENATURAL
Según Charles Taylor un rasgo definitorio de nuestra era es su “desencantamiento”, porque en épocas pasadas, la fe, la religión impregnaban la cultura pública, haciendo que la creencia en lo sobrenatural fuera súper natural, como el respirar.
Sin embargo, en estos días se han ido, y la ciencia ha desvelado los misterios de la naturaleza.
La economía global ha conseguido un confort y un nivel de riqueza nunca antes visto y eso ha producido un consumismo que desvía realmente nuestra atención.
Los expertos de marketing han sabido hackear nuestras intenciones y nos llevan a estar constantemente con esas ganas de poseer cosas.
Pero, eso nos lleva como a una tristeza en este mundo “desencantado”, la fe puede parecer casi imposible, llevando a algunos a buscar experiencias extraordinarias para encontrar a Dios.
Por ejemplo, las cartas astrales, las cadenas, todas estas cosas de angeología, pero no es eso donde se encuentra realmente Dios.
Porque Dios se oculta a plena vista precisamente en ese “desencantamiento”, esa es una lección importante de la muerte de Jesús, que los cristianos conmemoramos y por supuesto de su Resurrección.
Al igual que las mujeres que se acercan al sepulcro, en un mundo donde la muerte parecía el final definitivo, nosotros también vivimos inmersos en una cultura que a menudo margina o Ignora lo trascendente.
El sepulcro vacío, en este contexto, se convierte en un signo aún más poderoso.
UN MUNDO DESENCANTADO
En un mundo donde la lógica científica parece haberlo explicado todo, donde los milagros son relegados al ámbito de lo improbable, la ausencia del cuerpo de Jesús grita una verdad que va más allá de la comprensión puramente racional.
Es la irrupción de lo divino, en un mundo que se creía autosuficiente y desencantado.
Los guardias siguen esas explicaciones que les hacen los jefes, que tienen que decir, que han robado el cuerpo.
Quieren quitar lo más sobrenatural, a un hecho. Que el señor ya no está, que está resucitado. Y las mujeres que lo han visto, dan fe de esto.
Pero hay que aprender a encontrarnos también con Cristo resucitado, en todos los ambientes, en todas las cosas que hacemos, en lo ordinario.
San Josemaría nos enseñó con insistencia, que encontrar a Dios en medio de las circunstancias ordinarias de la vida, en el trabajo, en la familia, en las relaciones sociales es posible.
Incluso en los momentos de más dificultad, incluso cuando hay un aparente desencantamiento humano, enfrentado por incomprensiones.
También cuando nos encontramos con grandes obstáculos, en una ocasión en los inicios del Opus Dei, las cosas parecían particularmente difíciles y la desolación podía haber hecho mella en los que estaban cerca de él.
San Josemaría les decía con firmeza y con profunda convicción: “No dejéis que os caiga el alma, esta obra no es nuestra, es de Dios y Dios no pierde batallas”.
ROMPE TODA LÓGICA
Esta actitud refleja una esperanza que no se basa en la ausencia de problemas, sino en la certeza de la presencia y del poder de Cristo resucitado.
Incluso en medio de un mundo que a veces parece haber perdido el sentido de lo trascendente.
Estas santas mujeres, al encontrar esa frialdad del sepulcro vacío, símbolo de la muerte y de la ausencia, de repente se encuentran con un anuncio que rompe toda lógica desencantada: ¡Alégrense, Alégrense!
Este no es un mero evento histórico, es la manifestación de una realidad que trasciende las leyes naturales, que subvierte la idea de que un mundo puramente material y autónomo es lo único que hay.
La Resurrección nos revela, que el encantamiento, el ilusionarse, del Amor Divino, de la vida eterna, es más real y poderoso que cualquier desencantamiento humano.
Quizás no necesitamos buscar a Dios solo en las experiencias extraordinarias o huyendo del mundo.
Porque la Resurrección nos muestra que Dios se revela precisamente en la aparente normalidad de nuestra existencia, en el amor entregado, en la justicia buscada, en la esperanza que persiste incluso en medio de la dificultad.
Es ahí donde tenemos que escuchar ese: ¡Alégrense!
“Señor, te queremos encontrar aquí, en las cosas que hacemos, en las cosas que vivimos, en las relaciones con los demás, en nuestro trabajo ordinario, en las circunstancias de nuestra vida.
DIOS NO PIERDE BATALLAS
En este día de la Resurrección, en este lunes en el que hemos sido testigos de la victoria de la vida sobre la muerte, de la esperanza sobre el desencantamiento, repitamos: ¡Cristo ha resucitado!
Esta resurrección no es un evento del pasado, sino una fuerza viva, que irrumpe en nuestro presente, en este mundo que a veces nos parece frío y desprovisto de lo trascendente.
No dejemos que se nos caiga el alma ante las dificultades, al contrario, con la certeza de que nuestra vida con sus luces y sus sombras, está en manos de Dios, que no pierde batallas, re encantémonos.
Re encantemos además nuestro entorno con la alegría del Evangelio, que repitamos ese: ¡Alégrense! que les dijo Jesús a estas mujeres, a todos los que nos encontramos por el camino, ¡Alégrense!
Y que veremos a Cristo en Galilea, y que este viaje que estamos haciendo todos en esta vida, terminará con ese encontrar a Cristo, ya de cuerpo, alma, sangre y divinidad, cuando le veamos resucitado.
Por supuesto que elevaremos también en la en la Sagrada Eucaristía, en donde le vemos que está oculto en el pan y el vino.
Pero que descubramos a Cristo Vivo en cada rincón de nuestra existencia, en el trabajo bien hecho, en el cariño sincero, en la lucha por un mundo más justo.
Que la esperanza de la Resurrección sea la fuerza que impulse nuestras vidas, transformando el desencantamiento en asombro y la desesperanza en alegría.
¡Alégrense, Cristo ha resucitado! Y con su resurrección nuestro mundo se llena de una nueva luz y de una esperanza inquebrantable.
Nos agarramos de la mano de la Virgen, para gritar con ella: ¡Aleluya, aleluya!
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