SEGUNDA ESTACIÓN DEL VIACRUCIS
Hubo un viernes único en la historia, cuando la oscuridad de la noche estaba por caer, cuando el sacrificio de la cruz ya se había consumado y los que estaban allí se apresuraban para poder celebrar la Pascua judía.
En ese momento el centurión, ese soldado romano que había asistido al desarrollo de las diferentes fases de la crucifixión, que en ese momento estaba enfrente, al ver cómo había expirado Jesucristo dijo:
“Realmente este hombre era hijo de Dios”
(Mc 15, 39).
No las dijo fuerte como para que le escucharan. Las dijo para sí mismo. Este oficial supo reconocer en aquel Hombre crucificado al Hijo de Dios, que expiraba en el más humillante abandono.
Y allí en el Gólgota, calvario, lugar de las calaveras, se erguía la Cruz, de la que colgaba un hombre ya muerto, pero aquel Hombre era el Hijo de Dios.Dios hecho hombre.
Ese Hombre único en la historia de todos los tiempos ha cambiado el mundo, no abatiendo a otros, sino dejando que lo mataran clavado en una cruz.y
Qué silencio. El silencio de Jesús y mi silencio… el mío, culpable. “Debí gritarles: Judíos, yo soy, yo soy el perverso. A mí la hiel, las espinas, a mí la cruz y el flagelo. Pero se anudó mi voz, la vil serpiente del miedo”. (Romancero de la Vía Dolorosa, Fray Asinello).
Con tus brazos extendidos en el silencio de los vientos, conduce, oh buen Jesús, a todos los que en este momento viven en tinieblas. Que tu costado abierto atraiga a todos a tu amor. Que vea, oh buen Jesús, en esa cruz, el triunfo definitivo sobre el odio y la muerte. Allí nos ganaste el amor y la vida.
Y allí está -sigue estando– esa Cruz única de ese viernes único de la historia.
Hoy, después del mediodía, cerca de las tres, tiene lugar la celebración de la Pasión del Señor que consta de tres partes: la liturgia de la Palabra, la adoración de la cruz y la sagrada comunión.
Tengo ilusión grande, Jesús, en la segunda parte: Adorar la cruz. Podría esa cruz tener un nuevo letrero, ya no el de Inri, sino: “Los que a Mí quieran venir, tendrán que amarme primero…”.
Amar la Cruz, adorar la Cruz.
Ecce lignum Crucis, in quo salus mundi pepéndit.
R/ Vénite, adóremus.
Mirad al árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo.
R/ Venid y adoremos.
Siempre me ha llamado la atención en la liturgia de este día cómo los sacerdotes revestidos de color rojo al inicio de la celebración se dirigen en silencio al altar, y hecha la reverencia al mismo, se postran rostro en tierra y oran en silencio, durante algún espacio de tiempo. Y los fieles, todos se arrodillan.
Silencio.
Silencio de Cristo.
Silencio de Dios.
Mírame, ¡oh mi amado y buen Jesús! postrado en vuestra presencia, os ruego con el mayor fervor imprimas en mi corazón vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad, verdadero dolor de mis pecados y firmísimo propósito de jamás ofenderos; mientras que yo, con el mayor afecto y compasión de que soy capaz, voy considerando tus cinco llagas.
Silencio.
Silencio de Jesús, el Salvador.
Señor, y no me puedo sacar de la cabeza de lo que he sido testigo.
Mírame como lo hiciste con Pedro después de la negación. Que tu mirada penetre en mi alma y me indique el camino hacia ti.
Mírame como a Simón, el Cireneo. No quería mezclarse con un condenado a muerte, pero al cargar el leño entendió que le pasaba algo… A los pocos pasos, las lágrimas le caían de los ojos, como si hubiera sido tu amigo más íntimo.
Mírame como a la Verónica, que se acercó a ti para prestar un servicio de bondad femenina: ofrece un paño a Jesús. No se dejó contagiar ni por la brutalidad de los soldados, ni inmovilizar por el miedo de los discípulos. Qué mujer tan buena que,en semejante turbación y en la oscuridad del corazón, mantiene el brío de la bondad sin permitir que su corazón se oscurezca, se ensucie. Bienaventurados los limpios de corazón.
Silencio. Todo en silencio.
Llegó también un hombre rico, Jose de Arimatea: el rico logra pasar por el ojo de la aguja, porque tú Jesús le das la gracia. Te entierra en su tumba aún sin estrenar.
También está por allí ese miembro del Sanedrín, Nicodemo, al que tú, Jesús, habías anunciado el misterio del renacer por el agua y el Espíritu. En la hora del gran luto, de la gran oscuridad y de la desesperación, del silencio, surge misteriosamente a la luz de la esperanza.
Ya te han sepultado Jesús y comienza a realizarse tu palabra:
“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto”. (Jn 12, 24).
Jesús, tú eres el grano de trigo que muere. De ese grano de trigo enterrado, comienza la gran multiplicación del pan que dura hasta el fin de los tiempos: la Santísima Eucaristía.
María, Madre mía.
No he sido capaz de separarme de ti.
Silencio.
Y te veo derramar algunas lágrimas. Cómo me conmueve tu dolor; cómo me conmueve tu amor.
Y noto dentro de mí un deseo grande de conversión, de gastar la vida por amor.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Señor Jesús, que sepa adorar la Cruz y gaste mi vida por amor.
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