Estamos en el capítulo noveno de san Marcos, según lo que se lee en la misa de hoy y quería que tratáramos de hacer nuestro ratito de oración en la presencia del Señor con la segunda parte del texto.
La situación es que va Jesús con sus discípulos, atravesando Galilea hacia el norte, desde Judea hacia el mar de Tiberíades o también llamado Mar de Galilea y ellos tienen una discusión mientras caminan. Quizá Jesús estaría adelantado con otro conversando o retrasado, pero el grupo de los once están discutiendo entre ellos.
«Llegaron a Cafarnaúm y, una vez en casa, les pregunto de qué discutían por el camino. Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante»
Al Señor le interesa todo, no le interesa sólo -por decir- las cosas fundamentales de nuestra vida, la orientación general de nuestra existencia, que en principio es hacia Él, hacia el Señor y vamos recorriendo un camino de fidelidad a su Verdad y a su Amor y de entrega a los demás. Por algo escuchamos estos audios o tratamos de mejorar y avanzar por este camino.
Pero, por otro lado, siendo quienes somos, cristianos corrientes, somos imperfectos y nos consuela o nos llena de esperanza ver que las doce columnas de la Iglesia, los santos apóstoles, eran normales.
En este caso se asoma la vanidad porque van discutiendo entre ellos, después de llevar dos años y medio con el Señor, conviviendo diariamente con Él, quién es el más importante.
“Yo porque, en fin, fui elegido primero que tú” -podría ser Andrés, que fue el primero en ser elegido junto con Juan. O “yo, Pedro, porque en mí realizó el milagro del estáter, el pez y con eso pagué el impuesto por Él y por mí”; o “yo…”
UN MOTIVO DE ESPERANZA
Y así, cada uno dando sus razones para considerarse por encima de los demás. Se ve que eran frágiles, que eran orgullosos, que tenían defectos y eso, como les digo, es un motivo de esperanza para nosotros, que somos normales, frágiles y también tenemos que luchar por ser humildes cada día.
Y también tenemos que luchar por reconocer nuestros errores, especialmente en el ámbito familiar, matrimonial. ¡Qué importante es saber reconocer que nos hemos equivocado y pedir perdón con sencillez!
Pero esta normalidad es la que el Señor necesita para hacer de ellos hombres santos. Qué difícil sería que los Evangelios nos relataran detalles de la vida de estos hombres y mujeres perfectos, sin defectos, sin equivocaciones; absolutamente santos y fieles a las enseñanzas del Maestro.
Y no. El relato original, auténtico, nos lo muestra con hombres débiles. Por eso que nuestros defectos no han de ser una excusa o una justificación para dejar de aspirar a la santidad.
El Señor nos hará santos con su gracia, con nuestros defectos y nuestra buena voluntad.
Quien lucha, apoyándose en la gracia de Dios, sobre todo en la oración y los sacramentos y no hace de los defectos una barrera que le separa del Señor, sino un puente que le une, entonces esa persona mejora y va purificando su corazón.
MOTIVO DE CONSUELO
Entonces una primera consideración: contemplar a estos hombres discutiendo por quién era el más importante, es para nosotros un motivo de consuelo, porque nos vemos reflejados en esa debilidad o esa miseria.
«Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”»
(Mc 9, 33-35).
¿Quién es el que sirve? Cristo. Dios está entre nosotros como quien sirve. Dios se ha puesto al nivel e, incluso, por debajo del nivel nuestro para servirnos.
«No he venido a ser servido, sino a servir»
(Mt 20, 28).
Dirá en otro momento en el Evangelio.
La importancia entonces de ser personas de servicio, estemos donde estemos a los ojos de Dios.
“¿No es más importante el rey que la cocinera? Depende, porque si el rey tiene un amor inmenso al señor…”.
Pensando en esta comparación en la vida de Tomás Moro, la importancia ante los ojos de Dios de Tomás Moro no es porque fuera gran canciller de Inglaterra en la época de Enrique VIII, sino porque era un hombre con un corazón lleno de Dios.
Entonces, a los ojos del Señor, el importante no es el rey, no es la reina, sino quien sirve más, quien sirve mejor.
SERVIR BIEN
Y ¿qué significa esto? Significa servir bien, no a medias. Y si tú haces algo por los demás, hazlo bien. Esfuérzate por hacerlo lo mejor posible. Y el primer fruto de ese esfuerzo del trabajo hecho en una clave de servicio es tu propia alegría, la alegría de servir.
Nos acordamos de esa otra frase de Cristo, la única que no recoge los Evangelios:
«Hay más alegría en dar que en recibir»
(Hch 20, 35).
Podemos decir, entonces: hay más alegría en servir que en ser servido. Y ¿cómo servir? Servir bien, servir como mejor podamos, esforzándonos en hacer las cosas bien; con perfección, lo que sea.
Y luego, el segundo componente, precisamente porque es un servicio hecho en una clave de amor, es un servicio hecho con alegría. Porque, ¿de qué nos sirve?
O nosotros mismos no nos sentimos felices o agradecidos por parte de quien nos sirve con mala cara.
Servir con mala cara, servir con mentalidad de esclavo, de siervo, de quien está un poco en la línea del victimismo, esa persona sirve, sí, de un modo material, pero no da lo más importante, que es servir con alegría; es decir, con amor.
El servicio hecho por amor y con amor nos llena a nosotros de alegría y transmite esa alegría a los demás. Esto es difícil, obvio que sí, como es difícil la santidad, pero para eso contamos con la gracia de Dios.
CUIDAR LA INTIMIDAD CON DIOS
Les leo unas palabras del prelado del Opus Dei, don Fernando Ocáriz:
“Una manifestación del espíritu de servicio -que de algún modo las incluye todas- es la de sembrar paz y alegría.
Como esta paz y esta alegría sólo podemos darla si las tenemos y ambas son un don de Dios, la mejor manera de crecer en ellas es cuidar con delicadeza nuestros momentos de intimidad con Dios, los sacramentos y la oración personal”.
Esta cita, en el fondo, nos viene a decir: Para poder servir con paz o servir paz y alegría, sembrar paz y alegría y servir con alegría los demás, hace falta cuidar la intimidad con Dios, porque de ahí surge, de ahí nace la fuente maravillosa del amor de Cristo en nuestros corazones. Así vivió María santísima.
La vida de nuestra Madre en Nazaret, en un pueblo tan pequeño -serían pocas familias- la Reina de los ángeles, la Reina de los santos, ella, más santa y amada por Dios que nadie, ninguna otra criatura alcanzó ese nivel de santidad en su corazón, todo lo consiguió en una vida de servicio.
Ella está como quien sirve a Jesús -su Hijo-, a José -su marido-, a sus vecinas -sus amigas-, siempre con esa disposición de estar atenta.
Siempre atenta a las necesidades de los demás y por eso la vemos adelantarse e incluso a los propios novios o los padrinos, madrinas de los novios en Caná, porque tiene esta mentalidad, muy arraigada, de tener los ojos abiertos para servir más y mejor a los demás; lo hace todo en esta clave de servicio alegre.
Le pedimos a nuestra Madre que nos enseñe a recorrer este camino cada día.
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